“Al ingresar a militar en política o religión, las personas entregan en prenda una parte de si mismas:
sus debilidades , su humanidad , su generosidad . Como recompensa adquieren una razón para vivir”
(J.Larteguy)
“Nosotros no sabíamos cómo, ni quien iba a dar el golpe. No olvidemos que Pinochet fue recomendado a Allende por Prats, como un general constitucionalista, en ese momento nadie pensaba que se iba a transformar en un traidor”
(Mireya Baltra)
“Después del tacnazo, incluso el MIR pensaba que no iba a ver golpe, nos pilló de sorpresa”
(Andrés Pascal)
El slogan, elevado a la categoría de doctrina, de la defensa del orden interno invocado por lo milico; fue el prefacio del corvo y la metralleta. El slogan logra institucionalizar la anomalía. Legitimar la anomalía para conservar privilegios sin sobresaltos.
Lo más duro para el prisionero de guerra sin guerra, no es principalmente el sufrimiento que le infiere el torturador. Lo más duro es vivir dentro de la anomalía y digerirla, enfermarse de miedo, desorientarse con el miedo, no tener sosiego . Vivir dentro de la anomalía, podría justificar la razón de por que hacia mediados de noviembre del 73 -en el campo de prisioneros de los Ángeles- surge una fracción de compañeros / camaradas / correligionarios, que con cara serena y ánimo perturbado, instalaron la “especie” de que lo más probable es que los milicos nos estuvieran infiltrando.
Sonaba raro que los milicos, que elegían prisioneros “al boleo “, tomaran la información muy creativa de los soplones en las poblaciones del campo. Los soplones tenían cuotas de producción delatora y para conservar la pega, no debían quedar al debe en la cuota de productividad de la caza de brujas.
El protocolo técnico del soplón, se basaba en deducir -por el modo de peinarse, de la música escuchada , o la pereza en afeitarse todos los días- si uno u otro huevas era un extremista. Incluso rencillas sexuales, comerciales o de convivencia en la población, se convertían -comúnmente- en evidencias delatoras de ser un subversivo entrenado en Cuba o Moscú.
Pero los dirigentes insistieron y militantes o simpatizantes, se involucraron en la fórmula de la “inteligencia prisionera”, armando un comité de chequeo de los compañeros que ingresaban al campo de prisioneros y de prisioneros que eran retornados “hecho bolsas” después de días de inadaptación a las fantasías de la CNI.
El chequeo era básico y las respuestas inútiles. Pero hubo una que tenia una extraña coherencia con la candidez del pueblo unido. El compañero venía a bastante mal traer, era un campesino minifundista de las serranías de Laja. Hermenegildo, “había bajado a pueblo” a fines de agosto para vender carbón, visitar familiares y tomarse unos prolongados copetes de pipeños. Estando en eso, “agarró viento de cola” y decidió pasar las fiestas patrias en Laja.
El día 19 dormía placidamente su larga y continua celebración, recostado sobre la mesa de la picada de sus amores etílicos, sintió como un estacazo en las costillas y al tratar de comprender qué pasaba, vio a los verdes. No; en realidad ya no eran los verdes. Reconoció a un sobrino que había ingresado hace poco de paco y un cabo que siempre le pedía que le regalara carbón para el cuartel; todos escondidos en casco/metralleta/escudo girando como máquinas verdes (concluyó que lo mas probable es que el trago lo hacia ver visiones ) que pateaban y daban culatazos (aunque el himno de los pacos dice: duerme tranquilo) expresándose en coa milico.
Hermenegildo entendía -y practicaba- que las fiestas patrias se celebran lo más “litriadas” posible y que esas borracheras no constituyen un delito feroz (eran su “democracia en la medida de lo posible”). Muchas veces, para estas fiestas los pacos lo habían subido al furgón y cuando en el cuartel despertaba “de la mona“, le ordenaban que se fuera a su casa y no hueveara más. El decía que era su derecho constitucional emborracharse para el 18 y no ser golpeado ni multado.
Pateado, culateado y confundido, intentó una línea de entendimiento con los pacos; subiéndole el grado (un truco habitual para hipnotizar la vanidad del paco), le dijo a la máquina verde que usaba tono de jefe: “Pero mi suboficial, no me trate así… somos de los mesmos”. Los máquinas verdes eran sordos, a culatazos arriba del furgón y nadie tomaba nota de aquello que Hermenegildo repetía, repetía y repetía : “ pero si somos de los mesmos”. Al llegar al cuartel le sorprendió la gran cantidad de personas que los pacos habían detenido (según él entendía, estaban presos por curarse para las fiestas patrias y dormir en la vía pública), además del hecho de que no los dejaran dormir la mona. Chuchadas, culatazos, patadas y todos maneados.
Hermenegildo insistió en su línea de argumentación por un par de días, en los que seguían llegando más huevones que – según él- andaban celebrando el 18, 19, 20, 21… Uno de los pacos que había escuchado su argumentación el día que lo llevaron al cuartel le preguntó una tarde : “¡Oye huevón , qué chuchada es eso de que somos de los mismos?”. Hermenegildo se entusiasma ante la pregunta (que hace rato esperaba) y le pide al paco que le saque la billetera y vea el documento que aclarara todo el mal entendido. El paco se interesa por ver la billetera; no había ni un puto peso. “Los carneses” , le indica Hermenegildo. El paco saca el carné de identidad y luego, el carné del partido comunista. Hermenegildo triunfante al fin le dice: “¡se da cuenta compañero que somos de los mesmos!”.
El paco saboreó inmediatamente su ascenso -había identificado plenamente a un extremista- .mientras Hermenegildo era ascendido a una celda de aislamiento, enfrentado a unos civiles con gafas oscuras que preguntaban /golpeaban /preguntaban /golpeaban… Hermenegildo empezó a entender que estos no eran de los “mesmos”, que Allende estaba muerto y que ahora mandaban los milicos. Pero -en medio del tormento- se volvía a confundir; el carné del PC se lo habían entregado unos meses antes y el compañero que habló en el acto, había anunciado la “Hermandad campesinos, soldados, obreros“, apoyando el gobierno popular. Por su parte, la conclusión de los CNI, era que tenían un pez gordo, un extremista que planeaba infiltrar las armadas fuerzas con un mensaje explícito.
Después de un mes y medio de tratamientos especiales fue ingresado al campo de prisioneros; había resistido todos los protocolos de tortura y no le habían podido sacar información alguna sobre como se coordinaba el plan zeta en Laja. Muy pateado, mucha parrilla eléctrica, manos envueltas en bolsas plásticas y quemadas, pero estaba vivo. La borrachera lo salvó de haber estado en el grupo de 18 personas que fueron fusilados bajo el puente de Laja el mismo día que lo detuvieron.
Ahora, ante el comité de chequeo de la recién inaugurada orgánica multipartidaria de los prisioneros de guerra, tenía que repetir de nuevo delante de los compañeros de la “inteligencia” de pueblo unido: “somos de los mesmos”, con lo cual tampoco resolvía nada. Era un permanente sospechoso en la ciudad.
Se dice que tan imprevisibles son las consecuencias de los actos del ser humano, que resulta finalmente mero espectador de la historia que hace. En esa situación claramente todos “somos de los mesmos”.