Las catástrofes son eventos transformadores inevitables e irreversibles. Son inductores de cambios que sobreviven a la vida misma y a sus estructuras de convivencia. Su fuerza simbólica se encuentra inscrita en la memoria y el mito, narradas por diferentes culturas en tierras y edades distantes entre sí. (1)
La madrugada del 27 de febrero de 2010, cuando el gran sismo se detuvo, lo que más recuerdo es la elocuencia del silencio que se extendió por varios minutos, atravesando la oscuridad entre las cosas que, al igual que yo, también enmudecieron esa noche. Silencio y oscuridad que solo fueron interrumpidos por el recuerdo emergente -y urgente- de quienes se ama y se encuentran lejos.
Hace un par de años encontré, en la cola de una feria de domingo, las fotocopias anilladas de un cuaderno sin autor que contenía, pegado en sus páginas, restos de un manuscrito que hablaba de las ciudades y de cómo estas, al igual que las personas, cuando ven afectada su vida por la destrucción que les llega de golpe y sin previo aviso, recuerdan más. El texto decía también que si su energía llega a impactar con demasiada fuerza, esta suele resultar traumática para quien es atravesado por ella; por el dolor que esta le produce, y que cuando el impacto es muy profundo puede encarnarse de tal manera que da lugar a olvidos que afectan lo personal y lo social. Borradura que se extiende como vacío desbordado que inunda la vida individual y colectiva. (2)
La humanidad se encuentra marcada por estas experiencias… Estamos hechos de inscripciones que se van acumulando en nuestros cuerpos como registro catastrófico depositado en los pliegues de la memoria/carne y es aquí, quizá, donde radica el sentido del arte: el ser práctica sentida y pensante que da medida humana a la vastedad inabordable de la naturaleza, significándola.
Hoy, once años después, nos encontramos nuevamente en un momento de transformación que se nos presenta desbordada a una escala sin precedentes. Donde medios y usuarios reproducen, transforman y amplifican narrativas -múltiples y simultáneas- que inscriben la ciencia y la medicina con auras de sacrificio y heroísmo; narrativas que dan contenido a la industria televisiva y del entretenimiento digital, a la vez que entregan argumentos para validar o desacreditar medidas y comportamientos individuales y colectivos. Narrativas que buscan, además, instalar el miedo y la inseguridad social como una herramienta de control político e ideológico; que permita disipar la energía de la protesta social (de sus prácticas movilizadoras) y borrar la violencia desbordada de la institucionalidad y de la ideología salvaje que la pautea. (3)
Hoy, cuando la información fluye por todas partes, por corrientes circulantes de un mar desmedido que nos deja en una deriva sin sentido, el arte emerge como reacción y posibilidad de contención y encuadre, de presencia y persistencia.
Pienso entonces en el montón de cosas acumuladas y contenidas en este libro. Colección que nos habla como un síntoma extraño… de cosas cuyas biografías se encuentran unidas por la marca del tiempo, por haber sido desatadas de la vida que les daba sentido y que, desde lo que falta, se constituyen como restos materiales portadores del misterio de aquello esencialmente inexplicable que les es propio.
Un soldado de madera sin su pelotón; un zapato escolar huacho, con rastros de horas de juego y andar; un viejo libro de clases que contiene un archivo de cabezas escolares cortadas en serie (por la guillotina fotográfica), pegadas en sus páginas de vigilancia vacías; ejemplares de prensa local que recogen –a la antigua- la vida de una comunidad singular por su historia y su paisaje. Fotografías sueltas de personas que conforman esa misma comunidad, de las cuales no conocemos su existencia y que dan cuenta del inevitable paso del tiempo.
En su andar Pepe Guzmán (PG) ha acumulado estos y otros objetos (4) junto a imágenes y voces producto de un registro sistemático de lugar; conformando un cuerpo de trabajo que es profundamente estético, al tiempo que comprende implicaciones políticas y éticas. Su práctica subvierte la tecnología de sus usos cotidianos, como el escáner y el proyector, usándola para revelar y actualizar las formas documentales de un modo inédito, donde el andamiaje por él creado para lograr la realización de sus registros importa de igual manera -sino más- que la expresividad visual de su trabajo. (5)
Pepe Guzmán captura y registra, con el escáner, imágenes que toman la forma de su acción performativa (6), en cuyo proceso encuentra y recoge cosas que son indicios de paisaje (como los objetos y fotografías de esta colección singular) y que luego devuelve a su lugar de origen en proyecciones que transitan por las calles de la ciudad, que se inscriben en los muros y fachadas de las casas, recorriendo campamentos o deteniéndose sobre la espuma en el mar cuando rompe en la orilla. Proyecciones que se convierten en faros de luz que indican un lugar propio a la vez que distinto y distante, mientras esta –la imagen- se desvanece; al tiempo que se agotan los afectos y la atención informativa y las noticias se reducen, en el olvido y el silencio, hasta ser nada. (7)
Y es aquí donde el arte es figura/pensamiento que resiste y sobrevive como paisaje emergente; paisaje hecho de restos encontrados, abrazados y recuperados por la acción humanizadora y transformadora de la práctica artística y de sus mediaciones. Las cosas reunidas en esta publicación nos hablan de la profundidad que radica en toda superficie. De aquello que resiste a la borradura que el tiempo trae, sea esta producto de la fuerza irruptiva de la naturaleza o de la acción intencionada de la ideología y su política.
COMENTARIOS
1 Creemos que las catástrofes son naturales, pensando que es esta -la naturaleza y su potencia- la que interrumpe, de vez en cuando, la vida cotidiana sacándola de golpe de su inercia acostumbrada y produciendo, como consecuencia, efectos desastrosos. La idea de ‘desastre’ , como hecho natural, por mucho tiempo estuvo arraigada en muchos de nosotros, permeando incluso los ámbitos de especialización técnica y administración pública; de planificación territorial, de manejo de emergencias, y de todas las instancias encargadas de intervenir en la recuperación, reconstrucción y reactivación de los territorios después de ocurrido un hecho catastrófico.
2 Al mismo tiempo sabemos que los desastres no son naturales, sino producto de una construcción social que significa el impacto de la fuerza natural sobre la vida humana y de las relaciones que establecemos con el ambiente -ecológico y geográfico- que habitamos y donde las nociones de riesgo e inseguridad son el resultado de decisiones y acciones dirigidas, conducentes a la transformación social, a partir de modelos de crecimiento y desarrollo que representan intereses particulares (político-económicos) que desconocen la trayectoria de las comunidades y como estas se han ido construyendo socialmente a través de su historia y su cultura. Si bien los desastres pueden afectar a grandes poblaciones, su impacto está condicionado por las desigualdades presentes en las formas de existencia, tanto material como simbólica, que estas tengan. El desastre siempre sigue a la pobreza.
3 Es preciso recordar que el bicentenario de la patria llegó con un país en el suelo y que las luces de su celebración (Puro Chile, Pura Energía) solo fueron proyecciones en la fachada de la ‘casa de todos’ (La Moneda), instalando un imaginario de progreso y desarrollo que hoy, once años después, vuelve a caer; porque reconstruir fue endeudar, que es lo mismo que vestirse bien y comer mal.
El terremoto del 27 de febrero es la fractura que soporta el bicentenario de la patria; donde la reconstrucción del país, de ciudades y pueblos, se levanta como situación ideal para la implementación de políticas que -en otras condiciones- no sería posible instalar. Hemos visto innumerables veces en nuestra historia que los desastres han traído consigo la emergencia de demandas que evidencian fracturas sociales, dejando a la intemperie la desigualdad y la exclusión. El impacto de la fuerza liberada esa madrugada hizo emerger desde los escombros de un país derrumbado, la miseria de una sociedad escindida que actuó con violencia, estigmatizó y discriminó (turbas, saqueos y defensa de la propiedad privada), al tiempo de alzar expresiones de solidaridad, patriotismo y resiliencia (siempre funcional a las estructuras de poder que sostienen la injusticia y desigualdad); todo reproducido y amplificado por la televisión, la radio y los medios digitales.
4 De los objetos en sí, resulta relevante el hecho de que con la catástrofe su ‘objetualidad’ se vea sacudida de su funcionalidad, abriendo un espacio de transferencia sensible que evoca recuerdos y actualiza memoria. Espacio de mediación donde el objeto ‐que trasciende como un rastro con carga emotiva- sobrevive a la pérdida, sustituyéndola, en lo que podría entenderse como una especie de animismo (atribuir a las formas inanimadas cualidades biológicas, como la vida, o psicológicas, como la conciencia), entendido no desde la idea colonial-primitivista o como un sistema de creencias específico, sino como fenómeno irreductible en nosotros en cuanto sujetos mediales; condición que incide en la manera en que se constituyen las cosas, su percepción y conocimiento… En voz de Bruno Latour: “si bien no podemos afirmar que las cosas tienen alma, estas sí que hablan y por tanto son poseedoras de agencia”, entendida esta última como la capacidad de actuar en el mundo o de conectar con la estructura social.
5 Pienso que no es posible abordar el trabajo de Pepe Guzmán sin entender la trayectoria procedimental que realiza en el desarrollo de su práctica y de cómo esta entrama aspectos de su formación de origen, la que incluye el conocimiento científico‐técnico de la ingeniería y la geomensura, pasando por la fotografía en clave documental y la experimentación artística con medios diversos, teniendo siempre como asunto central el análisis territorial y los sistemas de registro visual. Trayectoria que además se moviliza por un impulso vital (que es herencia familiar), de recolección ‘incontinente’ de cosas que encuentra en cada una de sus ‘expediciones’ , en un gesto que recuerda las prácticas arqueológicas (científicas) y huaqueras (artísticas).
Recuerdo aquí la portada de una revista donde aparece la fotografía de su padre con un montón de cosas acumuladas sobre una mesa, en un puesto de venta en una feria persa, bajo el título ‘Catálogo de lo inservible’, objeto que Pepe ha atesorado como un dato biográfico fundante de su práctica y cuyo título ha convertido en idea-matriz de su trabajo artístico.
6 Las imágenes compuestas de los objetos escaneados refieren al frottage surrealista. Imágenes que son registro material de una acción que subvierte el corte radical del instante decisivo (Duchamp y Cartier-Bresson), extendiendo la duración de la captura –del objeto- en una performatividad que recuerda la percepción y el reconocimiento paso a paso, a través del tacto, que las personas ciegas hacen del mundo material y de los cuerpos, inscribiéndolos en la ‘memoria de la piel’. En este sentido, resulta interesante la reflexión del arquitecto Juhani Pallasmaa respecto de la percepción y -la posición que en esta tiene- el tacto como una especie de sentido ‘absoluto’. La visión no es posible si la luz no ‘toca’ la piel de los ojos, así como el sonido no es audible si no ‘toca’ la piel de nuestro oído; lo mismo sucede con nuestro gusto y olfato.
7 El trabajo de Pepe Guzmán deriva en un gesto de restitución –paradójicamente en Constitución- de aquel modo de habitar que preexiste a la tragedia. Inscribe las imágenes de aquello perdido sobre los campamentos ‘temporales’ que se hicieron permanentes, sobre los ‘domos’ que anunciaban la vida del futuro y que nunca fueron habitados, o sobre las fachadas de las casas prefabricadas con las que Arauco actualizó su contrato social de explotación… Gesto que subvierte el gran despliegue estandarizador impulsado por quienes no entienden que reconstruir no se trata solo de dar techo, sino de recuperar las formas de la vida cotidiana de sus habitantes, antes de que esta fuera detenida.
CRÉDITOS:
“UN MONTÓN DE COSAS, UN PAISAJE”
Texto publicado en el libro “RECONSTRUCCIÓN DE ESCOMBROS. 2010-2015/2020” de Pepe Guzmán.
Editado por Andrea Josh y René Valenzuela Aedo
Proyecto financiado por el Fondart Nacional 2020
Video:
“CONSTITUCIÓN COTA 0 / Falla tectónica y social”
Registro documental: proyección sobre el mar de fotografías encontradas en la ciudad de Constitución, días después del terremoto/tsunami del 27 de febrero de 2010.
Puerto Maguillines, Constitución. 2011
Autor: Pepe Guzmán
Año: 2015